Esta mezcla de proclama guerrera y de actuación judicial produjo extraordinario efecto en los lapeceños. Manuel Atíenza hizo la cruz con los dedos, y la besó al llegar a lo de la firma; el secretario certificó con un movimiento de cabeza; el pregonero cumplimentó al Alcalde por lo bien que había improvisado su discurso; Jacinto tocó otro redoble de tambor, y los vivas, los bailes y los himnos patrióticos dieron fin a aquella cómica loa de una verdadera tragedia. -¡Cada cual a su puesto¡ -exclamó entonces el síndico. Y unos coronaron la fortaleza de madera; otros se montaron en el cañón, provisto de una larga mecha; los gañanes más diestros en el manejo de la honda subieron a la alcazaba morisca; los tiradores o escopeteros salieron de descubierta al camino de Guadix, y el Alcalde se colocó en un punto que dominaba todo el futuro campo de batalla, teniendo a su lado a Jacinto, a fin de que con un redoble de tambor diese la señal de fuego. Entretanto, el Cura bendecía y absolvía una vez más a sus animosos feligreses y se dedicaba, con el albéitar, el sacristán y el sepulturero, a preparar vendajes, el Santo Óleo y unas angarillas, para socorro de heridos y muertos.